Entre la filosofía continental del siglo XX y el pensamiento analítico, de ascendencia anglosajona, media hoy una distancia que rebasa la anécdota. Más allá de la mera fractura docente e investigadora, existe entre ambas tendencias una fractura intelectual menos inocente y más insólita; pues quizá sea la primera vez en la historia de la filosofía occidental en que la diferencia entre dos concepciones se aproxima tan tenazmente a la recíproca indiferencia, hasta el punto de hacer difícil el ejercicio de una auténtica controversia, el arma de esa astucia de la razón que hasta ahora se ha mostrado capaz de sentar en torno a la misma mesa a vehementes enemigos.